TOLÓN TOLÓN
Hoy me levanté y observé el entorno, tengo el mundo a los pies de mi especie, y mi nombre no importa cuando uno somos todos.
Soy la mirada que todo lo observa, la quietud antes del golpe y el golpe en sí mismo. Una esencia peligrosa de visión aguda y análisis detallado. Soy estratégico, amenazador. Bajo la vasta extensión de mis alas el mundo se torna frágil y diminuto.
Soy las tres “ies” imparable; invisible cuando quiero e invencible el resto del tiempo. Mis garras, aunque ocultas, siempre están listas para atacar. Miro mi reflejo y sé que soy el diseño divino andante, de un arma letal nacida para cazar. Nada se le escapa a estos ojos primitivos y ese día la vi.
Desde las profundidades de las penumbras periféricas, postré mi interés en la ingenuidad. Allá a lo lejos, entre la hierba; avanzaba la inocencia joven, ligera y delicada, con ojos enormemente brillantes, sus patas cortas acariciando la tierra y la cabeza inclinada hacia el suelo, todo olía a primavera, todo en ella era encanto. La dulce ternerita nueva del rebaño, desprevenida de todo mal, caminaba sin darse cuenta, que en el cielo habitaba pura criatura con ojo clínico y que su presencia en la pradera produjo movimientos bruscos entre la divinidad, la humanidad y lo mundano.
Señores, ¡No sé diga más! Uno bien partido del hambre y ¿Cuidando los modales? En la mira tengo una vaquita lechera y no es una vaquita cualquiera.
La vigilia es constante, las ganas de comer son intensas y ella se ve deliciosamente tierna. ¿Puedo controlar estos instintos? ¿Y si me alimento de otra cosa? En realidad creo que todo este asunto tiene un enfoque de supervivencia, nada más, ella ocupaba mi territorio visual ¡Que asuma las consecuencias!
El cielo se oscurece, el aire se tensa, estoy muy arriba. Con un giro en el aire, mi cuerpo se pliega, las garras se extienden formando una sombra que corta el sol y en el espacio de un segundo, caigo sobre el pedazo de carne errante, me transformo en máquina de precisión, todo está fríamente calculado.
Terror. Esta pequeña ternerita se paraliza, no hay resistencia alguna. Inmovilizada, me mira fijamente con los ojos negros en alerta y de pestañas largas. Se me retuercen las tripas del hambre, todo se junta y desde lo más profundo de mi ser profano, me surge un sentimiento de lástima; pierdo el control. Su movimiento es inmenso, ella se escabulle bajo mis garras y en la eternidad que dura ese segundo, freno. Le permito huir, solo por esta vez.
Corre, corre, vaquita chiquita, hoy no será. Pero no lo puedo negar, ¡Cómo gozaría justo ahora de un bocadillo con un vaso de esa lechita recién ordeñada!
Huye, no hace la diferencia.
Mañana habrá más, siempre hay más.
El vuelo continúa y la caza nunca termina.
Aura María R. Páez


